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encono. viendo como el ascensor los aguarda ya con una nueva carga de repletas carretillas, mientras el maquinista, desde lo alto de su puesto, parece decírles con su severa mirada:

— ¡Mas aprisa, holgazanes, mas aprisa!

Esta decepcion que se repite en cada viaje les hace pensar que si la tarea les aniquila, culpa es de aquel que para abrumarles de fatiga no necesita sino alargar i encojer el brazo.

Jamas podrán comprender que esa labor que les parece tan insignificante, es mas agobiadora que la del galeote atado a su banco. El maquinista al asir con la diestra el mango de acero del gobierno de la máquina pasa instantáneamente a formar parte del enorme i complicado organismo de hierro. Su ser pensante, conviértese en autómata. Su cerebro se paraliza. A la vista del cuadrante pintado de blanco donde se mueve la aguja indicadora, el presente, el pasado i el porvenir son reemplazados por la idea fija. Sus nervios en tension, su pensamiento todo se reconcentra en las cifras que, en el cuadrante, representan las vueltas de la jigantcsca bobina que enrolla dieciseis metros de cable en cada revolucion.

Como las catorce vueltas necesarias para que el ascensor recorra su trayecto vertical se efectúan en menos de veinte segundos, un segundo de distraccion significa una revolucion mas, i una revolucion mms, demasiado lo sabe el maquinista, es: el ascensor estrellándose, arriba, contra las poleas; la bobina, arrancada de su centro, precipitándose como un