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para adquirir de un modo o de otro la mísera hijuela. Mas el terco propietario, encerrrado en una negativa obstinada, desoyó todas sus proposiciones. Este contratiempo llenó de amargura el alma del hacendado, pues consideraba que aquel pedazo de tierra enclavado dentro de las suyas era un lunar, algo asi como una afrenta para la magnífica propiedad. Todas las mañanas, al saltar del lecho, lo primero que heria su vista tras los cristales de la ventana era la odiosa techumbre del rancho, destacandose negra i desafiante en medio de la rubia i dilatada sementera estendida como un aureo tapiz mas allá de los feraces campos. Crispaba entonces los puños i palidecia de coraje profiriendo en contra del indio terribles amenazas.

Pero, un dia, don Cosme recibió una noticia que ln llenó de alborozo. Aquel funcionario judicial desafecto a su persona, acababa de ser trasladado a otra parte, i en su lugar se habia nombrado a un antiguo camarada, con el cual habia hecho en otro tiempo negocios un tanto dificiles.

Don Cosme, despues de frotarse las manos de gusto, se acercó a la ventana, i mostrando el puño al odiado rancho esclamó:

— ¡Ahora si que te ajustará las cuentas, perro salvaje!


Lo que Quilapan ignora esa mañana viendo aproximarse la hostil cabalgata, es que su enemigo regresó