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Un sonoro tintíneo de espuelas siguió a la órden, i los campesinos empezaron a desfilar unos tras otros por ámbos lados de la ramada para ir a tomar sus cabalgaduras.

De pronto, en el hueco que dejaran, el hacendado percibió al vagabundo inmóvil sobre el banco teniendo junto a si el montoncillo de las limosnas. Clavó sobre él una mirada furibunda i con voz vibrante profirió:

— ¿Qué hace aquí este viejo pícaro?

Ninguna voz se alzó para responder. Don Simon paseó su fiera mirada interrogadorá por aquellas cabezas que se bajaban obstinadamente i prosiguió:

— ¡Yo no sé que jentes son ustedes! Siempre están llorando hambres i miserias, pero, en cuanto aparece por aqui uno de estos holguanes, que los embauca con cuentos absurdos, ya están desbalijando la casa para regarlo i festejarlo como si fuese un enviado del cielo.

Desde un rincon partió una vocesilla cascada:

— Pero, señor ¿es un pecado, acaso, la caridad con los pobres?

— Es que esto no es caridad; es despilfarro, complicidad; asi es como se fomenta el vicio i la holgazaneria...

Hablaba atropelladamente con el rostro rojo de ira, i volviéndose hácia el anciano inquilino, le dijo:

— A ver, Jerónimo, despegale la mano a ese farsanta.

El interpelado alzó la cabeza i miró aterrorizado a