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humeantes i las selvas montones de ceniza, cuando todo combustible se hubo agotado, los hombres cesaron de disputarse un sitio en torno de las hogueras moribundas i se resignaron a morir. Entónces, a la escasa luz de las estrellas, en la negra oscuridad que los rodeaba, buscáronse los unos a los otros, marchando a tientas con los brazos estendidos, huyendo del silencio i de la soledad del planeta muerto. I, cuando sus manos tropezábanse en las tinieblas asíanse para no soltarse mas. Aquel contacto producia en sus yertos organismos una reaccion inesperada. El débil calor que cada uno conservaba, parecia multiplicar su potencia: deshelábase la sangre, el corazon volvia a latir. I esa cadena viviente aumentada sin cesar por eslabones innumerables, se estendia a traves de los campos, por sobre las montañas, los rios i los mares helados. Mas, cuando esos cordones se soldaron, faltó un eslabon para que una cadena sin fin enlazase todas las vidas, fundiéndolas en una sola i única, invulnerable a la muerte.



De pronto, el monarca, sintió que el piso faltaba bajo sus piés. Ajitó los brazos buscando un punto de apoyo, i dos manos estrecharon las suyas sosteniendolo amorosamente. Aquellas manos eran duras i ásperas, tal vez pertenecian a un siervo o a un esclavo, i su primer impulso fué rechazarlas con horror; mas, estaban tan yertas, tan heladas habia tanta