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pavorosa vision. Una fatal fascinacion lo posee; quisiera cerrar los ojos, apartarse de la borda, pero, ni uno solo de sus músculos le obedece.

I, el muerto, sube. Abandona suavemente su lecho de conchas i asciende en línea recta a la superficie sin cambiar de postura, estendido de espalda, con las piernas entreabiertas i los brazos en cruz. En su horrible rostro hai una espresion de venganza implacable, de aguda ferocidad. Un sordo estertor brota de la garganta de Sebastian. Su cuerpo tiembla como el de un epiléptico, mas no puede apartarse del flanco del bote.

I, el ahogado, sube, sube cada vez mas aprisa. Ya está a diez brazas, ya está a cinco, luego a dos. I en el instante en que los brazos del muerto se tienden para cojerle en un abrazo mortal, el pescador, dando un tremendo salto, va a caer de pié sobre la popa de la embarcacion. De ahí brinca a un arrecife, donde el bote abandonado a si mismo ha ido a chocar i, ganando la parte mas alta de la roca, mira despavorido a su derredor. Mas, apénas su vista se ha posado en el borde del agua, cuando salta de allí a la parte opuesta para volver al mismo sitio un segundo despues. I, loco de terror, de un arrecife pasa a otro con los cabellos erizados, flotando al viento.

Es que él está ahí i lo persigue. El agua hierve en torno de los escollos con las arremetidas del ahogado que azota las olas como un delfin. Está en todas partes a derecha e izquierda, delante i detras. Sebastian oye rechinar sus dientes i ve, a traves del agua, el