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Las nieves eternas

Para mi querida sobrina,
Mariita Lillo Quezada.


Sus recuerdos anteriores eran mui vagos. Blanca plumilla de nieve revoloteó un dia por encima de los enhiestos picachos i los helados ventisqueros, hasta que azotada por una ráfaga, quedóse adherida a la arista de una roca, donde un frio horrible la solidificó súbitamente. Allí aprisionada, pasó muchas e interminables horas. Su forzada inmovilidad aburríala estraordinariamente. El paso de las nubes i el vuelo de las águilas llenábanla de envidia, i cuando el sol conseguia romper la masa de vapores que envolvia la montaña, ella imploráble con temblorosa vocecilla:

—¡Oh, padre sol, arráncame de esta prisión! Devuélveme la libertad!