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purísimas aguas, ora un ópalo, una turquesa, un rubí ó un pálido zafiro. Henchida de orgullo se desprendió de la estalactita i cayó dentro de la fuente.

Un leve roce de alas despertó de pronto los ecos silenciosos de la gruta, i la orgullosa gotita vió cómo algunas avecillas de plumaje negro i blanco se posaban con bulliciosa algarabía en torno de la fuente: era una bandada de golondrinas. Las mas pequeñas avanzaron primero. Alargaban su tornasolado cuellecito i bebian con delicia, miéntras las mayores, esperando pacientemente su turno, les decian:

—¡Bebed, hartaos, hoi cruzaremos el mar!

I la peregrina de la montaña veia con asombro que las gotas de agua que la rodeaban, se ofrecian al parecer gozosas a los piquitos glotones que las absorbian unas tras otras, con un glu glu musical i rítmico.

—¡Cómo pueden ser así, decia. Morir para que esos feos pajarracos apaguen la sed! Qué necias son!

I para huir de las sedientas estrechó sus moléculas i se fué al fondo. Cuando subió a la superficie, la bandada habia ya levantado el vuelo i se destacaba como una mancha en el intenso azul.

—Van en busca del mar, pensó. ¿Qué cosa será el mar?

I el deseo de salir de alli, de vagabundear por el mundo, se apoderó de ella otra vez. Rodeó la fuentecilla buscando una salida, hasta que encontró en