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—Hace dos dias que mis raíces no alcanzan el agua. Mis horas están contadas. Sin un poco de humedad, pereceré hoi sin remedio. Tú me darás la vida, piadosa gotita, i yo en cambio te transformaré en el divino néctar que liban las mariposas o te exhalaré al espacio convertida en un perfume esquisito.

Mas la interpelada, apartándose, le contestó desdeosamente:

—Guárdate tu néctar i tu perfume. Yo no cederé jamas una sola de mis moléculas. Mi vida vale mas que la tuya. Adios!

I rodó, deslizándose voluptuosamente, a lo largo de las floridas orillas, evitando todo contacto impuro, sin ponerse al alcance de las raíces ni de las aves, i huyendo de pasar por las branquias de los pececillos que pululaban en los remansos.

De pronto el cielo, el sol, el paisaje entero desaparecieron de improviso. El arroyo se había hundido otra vez en la tierra i corria entre tinieblas hacia los desconocido.

Arrastrada por el torrente subterráneo la hija del sol i de la nieve, temerosa de que el choque contra un obstáculo invisible la disgregase, aumentó la cohesion de sus átomos de tal modo que cuando las ondas tumultuosas se apaciguaron, ella estaba intacta i tan aturdida, que no hubiera podido precisar si aquella carrera desenfrenada habia durado un minuto o un siglo.

Aunque la oscuridad era profunda, conoció que se encontraba sumerjida en una masa de agua mas den-