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Entre ámbas hai algunas coronas i cruces de papel pintado.

La voz monótona murmura:

... Despues de mirarme un largo rato con aquellos ojos claros, empañados ya por la agonía, asiéndome de una mano se incorporó en el lecho, i me dijo con acento que no olvidaré nunca:

—¡Prométeme que no la desampararás! ¡Júrame por la salvacion de tu alma que serás para ella como una madre, i que velarás por su inocencia i por su suerte como lo haria yo misma!

La abracé llorando, i le prometí i juré todo lo que quiso.

(Una ráfaga de viento sacude la ancha puerta, lanzan los goznes un chirrido agudo, i la voz plañidera continúa:)

—Cumplia apénas los doce años, era rubia, blanca, con ojos azules tan cándidos, tan dulces, como los de la virjencita que tengo en el altar. Hacendosa, dilijente, adivinaba mis deseos. Nunca podía reprocharle cosa alguna i, son embargo, la maltrataba. De las palabras duras, poco a poco, insensiblemente pasé a los golpes, i un ódio feroz contra ella i contra todo lo que provenía de ella, se anidó en mi corazon.

Su humildad, su llanto, la tímida espresion de sus ojos tan resignada i suplicante, me exasperaba. Fuera de mí, cojíala a veces por los cabellos i la arrastraba por el cuarto, azotándola contra las paredes i contra los muebles hasta quedarme sin aliento.

I luego, cuando en silencio, con ojos llorosos,