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finidamente. Lo mejor era concluir de una vez i para siempre. Calmados los ánimos se procedió a dividir a los barreteros en doce cuadrillas de diez hombres cada una que trabajarian una despues de otra reemplazándose cada dos horas. Por este medio habria siempre en la faena jente descansada i de refresco.

Echada á la suerte el turno de las cuadrillas le tocó a la mia el segundo lugar. Nos quedamos aguardando con impaciencia el relevo mientras los demas tenian número mas altos se iban a sus casas para dormir.

¡Aquello si que era trabajar! Desnudos, con un trapo á la cintura, empuñábamos con tal rabia las piquetas que la tierra, la arcilla i la piedra nos parecían una cosa blanda en la que nos hundíamos como se hunde en la madera podrida una mecha de taladro. El sudor nos corria a chorros i humeábamos como la barra que el herrero retira de la fragua y mete en el enfriadero. Algunos se desmayaban i cuando el pito de capataz nos indicaba que habia concluido el turno una niebla nos oscurecia la vista i apenas podiámos tenernos en pié.

En la primera semana alcanzamos el nivel del mar. Se pusieron grandes bombas para achicar el agua i seguimos cavando i cavando hasta enterar otra semana. De repente nos mandaron parar. Bajaron los injenieros con sus instrumentos i despues de dos horas mas o ménos nos marcaron con tiza en la pared donde debíamos abrir la galería. Sin perder minuto empuñamos las herramientas i el trabajo