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grueso en proporcion, agrandado por el resplandor de las luces, parecia llenar el estrecho recinto. Sus fuerzas eran famosas en toda la mina. Muchas veces lo ví, bromeando, levantar a un hombre en cada mano i sostenerlos en el aire como si fueran guaguas de meses.

Con un pie adelante del otro, la cabeza un poco inclinada, esperaba el instante en que la barrena asomase por el muro. No tuvo mucho tiempo que aguardar. A cada golpe, los pedazos de tosca que caian eran mas grandes, hasta que, de pronto, algo brillante salió de la pared, haciendo saltar un grueso planchon. Rápido como el rayo, el capataz le echó la zarpa, i por un instante sentimos cómo crujian sus huesos. De repente se enderezó i se quedó quieto, afirmado en la pared con la cabeza echada atras i resoplando como el fuelle de una fragua movido a todo vapor. Clavamos los ojos en la muralla i apénas podíamos creer lo que veíamos. Doblada en forma de escuadra, la estremidad de la barrena sobresalia del muro unos cincuenta centímetros i movíase de un lado a otro como el péndulo de un reloj.

El abuelo hizo una pausa, i, despues de tomar entre sus dedos temblorosos el cigarrillo encendido que uno de sus atentos oyentes le alargaba, continuó:

—Lo que contarles es mui poca cosa. Miéntras los de Playa Negra, que no podian adivinar ni remotamente lo que habia pasado, achacaban el accidente a un simple atascamiento de su barrena i hacian los esfuerzos imajinables para desatascarla,