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Entonces prorrumpimos todos en gritos i vivas, que los de Playa Negra contestaban con insultos y blasfemias.

Para terminar, sólo me falta decir que cuantas tentativas hicieron nuestros contrarios para bajar a la mina i reanudar los trabajos, fueron inútiles. Pasaban los dias, las semanas i los meses i la imposibilidad era siempre la misma. Apénas el ascensor se hundia en el pique algunos metros, los que iban en él se ponian a gritar que los izaran sin demora i salian medio ahogados tosiendo desesperadamente.

Era imposible haber ideado una estratajema mas eficaz. El humo del aji encerrado, en la galería nuestra, se escapaba tan despacio por el orificio de la barrena-guia que amenazaba no concluirse nunca. I sucedió lo que debia suceder: que el lecho de la galeria, apuntalado a la lijera, se derrumbó, dando paso al agua del mar.

Seis meses despues, la famosa mina de Playa Negra era sólo un pozo de agua salobre que la arena de las dunas iba rellenando lentamente.