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quien lo rechazó, a su vez, del mismo modo entre las risas de los cortesanos.

Por un instante se oyeron los rabiosos aullidos del infernal aborto hasta que, de pronto, enderezando su desmedrada personilla, gritó con un acento que hizo correr un escalofrío de miedo por los circunstantes:

—Si aseguras a mi cabeza su permanencia sobre los hombros, yo, ¡oh divino príncipe!, te señalare a esos que tus reales ojos desean conocer.

El rei hizo un signo de asentimiento i el repugnante enjendro continuó:

—Nada mas fácil que complacerte, ¡oh rei! ¿Deseas saber cuál de tus vasallos posee el corazon mas vil? Pues no sólo te presentará uno sino toda una lejion. I mostrando con la diestra a los favoritos que le escuchaban espantados, prosiguió: ¡Ved ahi a esos que sacó de la nada tu omnipotencia! En sus corazones de cieno anidan todas las vilezas. La ingratitud i la envidia están tras la máscara hipócrita de sus bajas adulaciones. En el fondo te odian. Son como las víboras; se arrastran, pero saltan i muerden al menor desliz.

En seguida, volviéndose hácia el Sumo Sacerdote, i señalándolo junto con los magos i los nigromantes dijo:

—¡Ved ahí al mas fanático i a los más ignorantes de tus súbditos. Sus dogmas son absurdos, falsa su ciencia i su sabiduria necedad!

Hizo una pequeña pausa i con voz envenenada de odio prosiguió: