gustia de la incertidumbre le estrechaba la garganta como un dogal, de tal modo que cuando el pagador se volvió i le dijo:
— Tienes diez pesos de multa por cinco fallas i se te han descontado doce carretillas que tenian tosca. Debes, por consiguiente, tres pesos al despacho.
Quiso responder i no pudo i se apartó de alli con los brazos caidos i andando torpemente como un beodo.
Una ojeada le bastó a la mujer para adivinar que el obrero traia las manos vacias se echó a llorar balbuceando, miéntras apretaba entre sus brazos convulsivamente la criatura:
— ¡Vírjen santa, qué vamos a hacer!
I cuando su marido adelantándose a la pregunta que veia venir le dijo:
— Debemos tres pesos al despacho, la infeliz redoblo su llanto al que hicieron coro mui pronto los dos pequeñuelos. Pedro Maria contemplaba aquella desesperacion mudo i