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LOS INVÁLIDOS

visar allá en lontananza la jigantesca ola humana, avanzando a travez de los campos con la desatentada carrera del mar que hubiera traspasado sus barreras seculares. Como ante el océano que arrastra el grano de arena i derriba las montañas, todo se derrumbaba al choque formidable de aquellas famélicas lejiones que tremolando el harapo como bandera de esterminio reducian a cenizas los palacios i los templos, esas moradas donde el egoismo i la soberbia han dictado las inicuas leyes que han hecho de la inmensa mayoria de los hombres seres semejantes a las bestias: Sísifos condenados a una tarea eterna los miserables bregan i se ajitan sin que una chispa de luz intelectual rasgue las tinieblas de sus cerebros de esclavos donde la idea, esa simiente divina, no jerminará jamas.

Los obreros clavaban en el anciano sus inquietas pupilas en las que brillaba la desconfianza temerosa de la bestia que se aven-