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sorbia aquella existencia que era su único bien, el único lazo que la sujetaba a la vida.

¡Cuántas veces en esos instantes de recojimiento habia pensado, sin acertar a esplicárselo, en el por qué de aquellas odiosas desigualdades humanas que condenaba a los pobres, al mayor número, a sudar sangre para sostener el fausto de la inútil existencia de unos pocos. ¡I si tan solo se pudiera vivir sin aquella perpetua zozobra por la suerte de los seres queridos, cuyas vidas eran el precio, tantas veces pagado, del pan de cada dia!

Pero aquellas cavilaciones eran pasajeras i no pudieron descifrar el enigma, la anciana ahuyentaba esos pensamientos i tornaba a sus quehaceres con su melancolía habitual.

Mientras la madre daba la última mano a los preparativos de la cena, el muchacho sentado junto al fuego permanecia silencioso, abstraido en sus pensamientos La anciana,