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—¡Ah, si, dicen que los trabajan ahí tienen la vida vendida!

—No tanto, madre, dijo el obrero, ahora es distinto, se han hecho grandes trabajos de apuntalamientos. Hace mas de una semana que no hai desgracias.

—Será así como dices, pero yo no podria vivir si trabajaras allá; preferiria irme a mendigar por los campos. No quiero que te traigan un dia como me trajeron a tu padre i a tus hermanos.

Gruesas lágrimas se deslizaban por el pálido rostro de la anciana. El muchacho callaba i comia sin levantar la vista del plato.

Cabeza de Cobre se fué a la mañana síguiente a su trabajo sin comunicar a su madre el cambio de faena efectuado el dia anterior. Tiempo de sobra habria siempre para darle aquella mala noticia. Con la despreocupacion propia de la edad no daba grande importancia a los temores de la anciana. Fatalista, como todos sus camaradas,