jóven, robusta i vigorosa, opuso una desesperada resistencia i sus dientes i sus uñas se clavaron con furor en la mano que sofocaba sus gritos i la impedía demandar socorro.
Una aparicion inesperada la salvó. Un segundo individuo estaba de pié en el umbral de la puerta. El agresor se levantó de un brinco i con los puños cerrados i la mirada centelleante, aguardó al intruso que avanzó recto hácia él con el rostro ceñudo i los ojos inyectados de sangre.
Rosa, con las mejillas encendidas, surcadas por lágrimas de fuego, reparaba junto a la cerca el desórden de sus ropas. Las desgarraduras del corpiño dejaban entrever tesoros de ocultas bellezas que su dueña esmerábase en poner a cubierto con el pañolillo anudado al cuello, avergonzada i llorosa.
Entretanto, los dos hombres habian empeñado una lucha a muerte. La primera