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JUAN FARIÑA

no se interrumpian jamas. Mientras allá abajo en las habitaciones escalonadas en la falda de la colina las voces de las mujeres i los alegres gritos de los niños se confundian con el ruido del mar en aquel sitio siempre inquieto i turbulento.

En una mañana de Enero, en tanto que la máquina lanzaba sus jadeantes estertores i las blancas volutas del vapor se desvanecian en el aire tibio convirtiéndose en lluvia finísima, un hombre subia por el camino en direccion a la mina. Era de elevada estatura i por su traje cubierto por el polvo rojo de la carretera parecia mas bien un campesino que un obrero. Un saco atado con una correa pendia de sus espaldas i su mano derecha empuñaba un grueso baston, con el que tanteaba el terreno delante de si.

Mui en breve aquel desconocido se encontró en la plataforma de la mina, donde pidió lo llevaran a presencia del capataz. Este, que en ese instante se dirijia al pozo