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EL POZO

bia llegado a tiempo para aprovecharse del segundo.

El viejo descorazonado i triste, sin pensar en el desquite se alejaba con tardo paso de aquel infausto sitio cuando de pronto se detuvo sorprendido. El morral habia triplicado su peso. Echó una rápida ojeada por encima del hombro i sus grises ojillos relampaguearon. El dogo, cojiendo delicadamente con los dientes el saco trataba de desprenderlo del cordon que lo sujetaba. ¡Dios santo! que ira le acometió: irguió su pequeña talla i tomando el fusil por el cañon tiró con brio de traves un culatazo a la maldita bestia, pero solo hirió el aire, sus débiles piernas incapaces de resistir el impulso del pesado armatoste se doblaron i cayó cuan largo era entre la maleza, arañándose cruelmente manos i rostro.

Por largo tiempo permaneció acurrucado en el suelo con el arma entre las piernas, mientras discurria en el medio de librarse