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EL POZO

embargó todo su ser. Su alma de siervo esperimentó un desfallecimiento supremo. Creyó haber cometido un enorme crímen i lo figura del amo enfurecido se presentó a su imajinacion produciéndole un escalofrio de terror. Dirijió una mirada al llano, i allá léjos percibió al dogo atravesando los arenales: iba con una prisa endemoniada: inscrustado en el nacimiento del rabo llevaba a Carlo Magno i diseminados en el lomo bajo la hirsuta piel, los Doce Pares. Como el corzo que presiente la jauría, se levantó con vigoroso impulso i encorvado como nunca, arrastrando sus pesados pies, desapareció tras un recodo en el camino polvoriento.