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LA COMPUERTA NÚMERO 12

hijo no bastasen para aquel trabajo.

El viejo manifestó su contento, pasando la callosa mano por la inculta cabellera de su primojénito, quien hasta allí no habia demostrado cansancio ni inquietud. Su juvenil imajinacion impresionada por aquel espectáculo nuevo i desconocido se hallaba aturdida, desorientada. Parecíale a veces que estaba en un cuarto a oscuras i creia ver a cada instante abrirse una ventana i entrar por ella los brillantes rayos del sol, i aunque su inesperto corazoncillo no esperimentaba ya la angustia que le asaltó en el pozo de bajada, aquellos mimos i caricias a que no estaba acostumbrado despertaron su desconfianza.

Una luz brilló a lo lejos en la galeria i luego se oyó el chirrido de las ruedas sobre la via, miéntras un trote pesado i rápido hacia retumbar el suelo.

—¡Es la corrida! -esclamaron a un tiempo los dos hombres.