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LA COMPUERTA NÚMERO 12

ojos llenos de lágrimas, desolados i suplicantes levantados hacia él, su naciente cólera se trocó en una piedad infinita: ¡era todavia tan débil i pequeño! I el amor paternal adormecido en lo íntimo de su sér recobró de súbito su fuerza avasalladora.

El recuerdo de su vida, de esos cuarenta años de trabajos i sufrimientos se presentó de repente a su imajinacion, i con honda congoja comprobó que de aquella labor inmensa solo le restaba un cuerpo exhausto que tal vez mui pronto arrojarian de la mina como un estorbo, i al pensar que idéntico destino aguardaba a la triste criatura, le acometió de improviso un deseo imperioso de disputar su presa a ese mónstruo insaciable, que arrancaba del regazo de las madres los hijos apénas crecidos para convertirlos en esos parias, cuyas espaldas reciben con el mismo estoicismo el golpe brutal del amo i las caricias de la roca en las inclinadas galerias.