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LA COMPUERTA NÚMERO 12

Pero aquel sentimiento de rebelion que empezaba a jerminar en él se estinguió repentinamente ante el recuerdo de su pobre hogar i de los seres hambrientos i desnudos de los que era el único sosten i su vieja esperiencia le demostró lo insensato de su quimera. La mina no soltaba nunca al que habia cojido i como eslabones nuevos que se sustituyen a los viejos i gastados de una cadena sin fin, allí abajo, los hijos sucedían a los padres i en el hondo pozo el subir i bajar de aquella marea viviente no se interrumpia jamas. Los pequeñuelos respirando el aire empozoñado de la mina crecian raquíticos, débiles, paliduchos, pero habia que resignarse, pues para eso habian nacido.

I con resuelto ademan el viejo desenrollo de su cintura una cuerda delgada i fuerte i a pesar de la resistencia i súplicas del niño lo ató con ella por mitad del cuerpo i aseguró, en seguida, la otra estremidad en un grueso perno incrustado en la roca. Tro-