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Poco a poco se fuéron aquietando los ánimos i un fornido moceton esclamó en voz alta.

— ¡Yo no doi un piquetazo más, qué todo se lo lleve el diablo!

— Es mui fácil decir eso cuando no se tiene mujer ni hijos, le contestó alguien prontamente.

— Si siquiera pudiéramos usar pólvora. ¡Maldito grísú!, murmuró quejumbrosamente el de la calva.

— Seria la misma cosa, compañero. En cuanto vieran que ganábamos un poco mas, rebajarian los sueldos.

— I la culpa la tienen Uds., los jóvenes afirmó un viejo.

— ¡Vaya, abuelo, ataje la récua que se le dispara! profirió el primero que habia tomado la palabra.

— Sí insistió el anciano, Uds i nadie mas que Uds, tienen la culpa porque revientan trabajando i nos hacen reventar a todos. Si