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midiesen sus fuerzas no bajarían los precios i esta vida de perros seria menos dura.

— Es que no nos gusta mirarnos las manos cuando trabajamos.

— Tampoco las miraba yo i ya ves lo que me ha lucido.

Hubo un instante de silencio i tras una breve pausa, la voz grave i melancólica del anciano resonó otra vez:

— Tambien fuí jóven i como Uds. hice lo mismo; me burle de los viejos sin pensar que la juventud pasa tan lijero que cuando cae uno en ello es ya un desperdicio, un trasto. Viejo soi pero no hai que olvidar que todos van por ese camino; que la muerte nos arrea i el que se pára tiene pena de la vida.

Calláronse todos, nuevamente, i el vejete que jemia en el rincon se levantó i con lánguido paso abandonó la plazoleta. Mui pronto los demas siguieron su ejemplo i en la profundidad de la galeria las vacilantes