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su lonjitud, pero estaba encajada tan solidamente que a pesar de sus esfuerzos no pudieron conseguirlo. Entonces, pusiéronse a disputar con acritud culpándose mutuamente de haber errado la medída del corte de aquel madero. Despues de un agrio cambio de palabras se apartaron, sentándose para descansar en los trozos de roca esparcidos en el suelo.

Uno de los que aserraban se acercó, examinó la viga i viendo la señal de los golpes cerca de la techumbre, dijo, dirijiéndose al muchacho.

— Ten cuidado de golpear tan arriba. Una chispa, una sola i nos achicharramos todos en este infierno. Acércate, ven a ver, agregó agachándose al pié del muro.

— Pon la mano aquí ¿qué sientes?

— Algo así como un vientecito que sopla.

— No es viento, camarada, es el grisú. Ayer tapamos con arcilla varias rendijas, pero esta se nos escapó.