llamada Toza[1]. Y aunque de día, hacían fuerza para llegarse á la tierra, á la noche (que amainaban la vela) la corriente los alejaba della. De un puerto llamado Hurando[2], salieron a la nao muchas funeas[3], y á persuaciones del Rey de aquella provincia[4], que les aseguró el puerto, y avío y aderezo, la metieron dentro; habiendo primero sondado y reconocido la entrada: y que había agua bastante. Los Japones que eran infieles, y lo hacían con malicia, metieron á remolcar la nao dentro del puerto, y la encaminaron y guiaron á un bajo, que como no tenía mucha agua, tocó y encalló en él[5], con que fué fuerza descargarla, y sacar todo lo que traía en tierra, junto á la poblazon, en un sitio estacado que para ello se les dió. Hicieron por entonces á los Españoles buena acogida; mas en cuanto á aderezar el navío, y volver á salir con él, se les dió á entender, no se podía hacer sin permiso y licencia de Taicosama, señor del Japon, que estaba en su corte del Miaco[6], cien leguas de el puerto. El general don Matías de Landecho, y los de su compañía, por no perder tiempo, se resolvieron de enviar á la Corte sus embajadores (con un buen presente de cosas de valor de la nao) á Taicosama, pidiéndole, mandase dar despacho. Enviaron con este recaudo á Cristobal de Mercado, y otros tres Españoles; y á Fr. Juan Pobre, de la orden de San Francisco; y á Fr. Juan Tamayo, de la orden de San Agustin; que iban em-
- ↑ En la isla de Shikoku. Escríbese hoy Tosa.
- ↑ Urado.
- ↑ Del japonés funé, que significa embarcación.
- ↑ Tal vez no sería más que un daimio, ó gobernador
- ↑ Hicieron los Japoneses todo esto, no porque fuesen infieles, sino porque tal era su costumbre. Naciones cristianas tenían no mucho antes procederes parecidos. El Japón, como las Filipinas y las naciones europeas de la Edad Media, consideraba entonces como propiedad de su rey ó señor las embarcaciones que naufragaban en sus aguas. Los Españoles no lo ignoraban, pues ya decía el mismo autor (pàg. 75): sabían cómo serían recibidos.
- ↑ Capital ó sea Kioto.