te[1], bien enjaezado, y enmantado de seda, con sus naires de la misma librea, que era cosa no vista en Japon; para que conforme á la usanza de aquel reyno, hiciese presente á Taico cuando diese la embajada, porque de otra manera no se acostumbra darla, ni se recibe. Llegado á Nangasaki don Luis de Navarrete, Taicosama envió desde la corte, con mucho gusto, por el embajador y presente que se le enviaba de Luzon, que le deseaba ver; especialmente el elefante de que holgó mucho. Oyó la embajada, y respondió á ella con mucha ostentacion y aparato, escusándose de la muerte de los religiosos; á quienes puso culpa, de que habiéndoles prohibido, no hiciesen cristianos, ni enseñasen su ley, lo habían quebrantado en su misma corte; haciendo poco caso de su mandato. Y que asimismo, haber tomado la nave, y mercaderías della, que entró en el puerto de Hurando, de la provincia de Toza, había sido cosa justificada segun leyes de Japon, porque todas las naves que se pierden en su costa, son del rey, con las mercaderias. Pero, que le pesaba de lo hecho en todo; y que, diera las mercaderías, si no las hubiera repartido, y que de los religiosos, ya no se podía remediar; antes pedía al gobernador de Manila, no le enviase al Japon tales personas; por que de nuevo había hecho leyes, prohibiendo hacer cristianos, con pena de muerte; y que le entregasen lo que hubiese quedado de los cuerpos de los religiosos; y que lo que
era paz y amistad con los Luzones y Españoles, holgaría de ello, y lo procuraría de su parte: y mandaría que si otro navío de Manila llegase á su reyno, fuese bien recibido y tratado. Con esta respuesta, y con carta para el gobernador, un presente de lanzas y cuerpos de armas[2], y catanas de mucha curiosidad, y de estima entre los Japones; con que se salió del Miaco y se