sor de la gloriosa bandera española, al mayor cronista de Filipinas, pero los deseos del mundo científico no se colmaron en el país que bañan el Tajo y el Guadalquivir. No se halló un Español, que siguiendo las inspiraciones de un patriotismo noble y prudente, editase la obra de un autor que reunió en su carácter y alma las mejores virtudes de su nación y cuya pluma se probó ser la pluma preciosa de un autor sobresaliente y de elevadas miras. Nada hicieron los Españoles, que siempre hacen gala de su patriotismo y españolismo; así se les escapó un oportuno momento de renovar las glorias de su glorioso pasado.
En vista de esta lamentable indiferencia de los filipinólogos españoles se metió un extranjero ¡osadía! en las cosas del país: Un Lord inglés, el Lord Stanley tradujo la obra inmortal del gran Español al idioma del yes, aplaudido por el mundo de los orientalistas extranjeros, pero sin recibir una mención honorífica de aquella nación, cuyo deber era no dejar los laureles de esta empresa á un extranjero. El mundo científico estaba satisfecho; todo orientalista, todo filipinista debe entender el inglés y las muchas notas y apéndices de la traducción no perjudicaban el valor de la resurrección de los Sucesos de Filipinas. Gracias á esa traducción, nosotros los extranjeros no hemos creído que sea, si no necesario, por lo menos urgente una reimpresión castellana del Original.
Pero tú, mi querido amigo, tú no estabas conforme con esta resignación y modestia del mundo extranjero, con esta indiferencia y apatía del mundo peninsular. En tu corazón, verdaderamente noble é hidalgo, has sentido toda la grandeza de la ingratitud nacional, y tú, el mayor hijo de la nación tagalog; tú, el mártir de un patriotismo leal y activo, tú fuiste quien ha pagado la deuda de la nación, de la misma nación cuyos hijos degenerados se burlan de tu raza y le niegan las dotes intelectuales.
Yo admiro esta prueba de una caballerosidad patriótica y de un patriotismo hidalgo: Los polizontes, los frailes y los dioses castilas del mundo filipino te han llamado filibustero; así te han calumniado los que por su locura de grandeza, por los