Página:Sucesos de las islas Filipinas por el doctor Antonio de Morga (edición de José Rizal).djvu/21

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XIII
PRÓLOGO.

aumenta naturalmente, cuando hablas de los asuntos actuales, defendiendo á tus compatriotas y censurando el mal estado del país. Estas anotaciones las recomiendo á la lectura de todos los peninsulares que aman á Filipinas y desean la conservación del archipiélago. Aun aquellos que niegan al indio la naturaleza é inteligencia humana deben leer esas líneas en que un indio habla de los errores y de las ilusiones de los seres superiores. No espero que esos semidioses puedan curarse de sus preocupaciones; para ellos es tu obra como tu novela tagala: un mene, tekel, upharsin.

Pero — gracias á Dios — hay bastante número de peninsulares que no necesitan la operación de la catarata ni padecen la gota serena, y éstos seguirán con atención tus indicaciones. Cada hombre ilustrado sabe ahora que en las cuestiones del régimen colonial se verifica el adagio francés: Les jours de fête sont passés. La explotación brutal de los indígenas no encuentra ahora pretextos bastantes para aplacar la muy sensible moralidad pública de la generación contemporánea. Ni la religión, ni la civilización, ni la gloria de reyes y naciones permiten ahora convertir á los naturales en criados sin derechos, sin libertades. Aun aquellos estados que fundan su régimen colonial sobre el prestigio de su raza, cuidan con muchísimo cuidado de no ofender los sentimientos de los dominados, porque saben bien que las colonias no pueden conservarse si la madre patria no sabe inspirar á sus hijos de Ultramar, si no cariño, por lo menos el respeto que manifiesta un contrayente á otro que, á decir verdad, disputa la mayor parte de las ventajas del Contrato, pero que por lo menos lo guarda con escrupulosidad en todos sus puntos. Imposible es ahora mirar á las colonias como á un pingüe pasto para los aventureros ó para los enfants perdus de la madre patria. Los mejores hombres y los mejores talentos, los más nobles caracteres deben salir para los empleos de Ultramar, para poder así servir como adalides y mantenedores de la integridad de la patria, y para restaurar, no el prestigio, sino el buen nombre de la raza europea.

Las Filipinas forman una colonia sui generis, pobladas de millones de hombres cuya religión es la nuestra, cuya civiliza-