ción es hija de la nuestra y cuyas diversas naciones se amalgaman por el ligamento del idioma castellano. Esos millones aspiran ahora, por la voz de sus más ilustrados hijos, á la asimilación de su país á la madre patria y esperan, no de la magnanimidad y nobleza de la nación, sino de su justicia y prudencia, la redención del país y la garantía de la integridad de la patria. Las mejores reformas que se introducen quedarán estériles, si en Filipinas continúan con la política del terrorismo gubernativo, poniendo en peligro la libertad de cada Filipino liberal y sofocando brutalmente la discusión pública de los males de la patria. La misma política fué en Rusia la creadora del nihilismo y será en Filipinas indiscutiblemente la madrina de las ideas separatistas. Así la política de hoy sirve solamente para comprometer el dominio español. La desgracia de España y de Filipinas es que la mayoría de los españoles no quieren reconocer esa verdad. Los unos no pueden reconocerlo por intereses egoístas; los otros porque viven de ilusiones ó miran con la decantada indiferencia nacional á los países de Ultramar. A los primeros pertenecen los frailes y aquellos empleados que no gobiernan ó administran el país, sino explotan á sus habitantes. Toda españolización y asimilación de los Filipinos ó de las Filipinas turba los círculos de aquellas castas predominantes y poderosas. Para ellos la divisa «¡Filipinas para España!» tiene el sentido de «el oro filipino á nuestros bolsillos». Temen la discusión de sus abusos en la prensa del país y en las Cortes del Reino; así trabajan con toda la fuerza del alma y del oro para fomentar el recelo tradicional de los demás peninsulares, dando pábulo á ese desgraciado é histérico recelo por medio de calumnias, que inutilizan cada movimiento verdaderamente español de los Filipinos denunciándolo de filibusterismo. No creo que todos los partidarios de esta liga antifilipina estén tan obcecados por sus pasiones que no vean las consecuencias de su proceder: la inevitable separación de las Filipinas, ó por lo menos una serie de levantamientos que costarán mucha sangre y mucho más dinero á España; pero tal vez confían en lo: Après nous le déluge, pues saben por la Santa Escritura que los pecados de los padres recaen sobre los
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Apariencia