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La superioridad que estos principales tenían sobre los de su barangai, era tanta, que los tenían como á súbditos, de bien y mal tratar, disponiendo de sus personas, hijos y haciendas á su voluntad, sin resistencia ni tener que dar cuenta á nadie, y por muy pequeños enojos y ligeras ocasiones los mataban y herían, y los hacían esclavos[1]; y acaecía, por haber pasado por delante de las principales, estándose lavando en el río[2]; ó por haber alzado los ojos á mirar con menos respeto, y por otras causas semejantes, hacerlos esclavos para siempre[3].
- ↑ Estos esclavos no siempre tenían tan triste condición. Argensola dice que comían con el señor en la misma mesa y se casaban después con miembros de la familia. Pero, no faltarían tiranos y hombres brutales que abusasen de su estado, aunque no debieron excederse tanto como los encomenderos, pues las historias nos hablan de alzamientos y asesinatos de encomenderos por sus encomendados, y no nos registra un solo caso de álzamiento ó asesinato contra un principal, ó asesinato de algún jefe indígena por motivos de venganza.
- ↑ De aquí á aquella noble romana que no se ruborizaba desnudándose en el baño delante de un esclavo, hay en verdad mucha distancia: la noble romana obraba así por su gran desprecio á los esclavos y la noble filipina por el gran aprecio y honestidad de su persona.
- ↑ Después de la conquista el mal empeoró. Los Españoles hacían esclavos sin estos pretextos y sin ser los Indios de su jurisdicción, vendiéndolos además y sacándolos de sus pueblos é islas. Fernando de los Ríos Coronel escribía al Rey, hablando de las construcciones navales en tiempo de don Juan de Silva: «Los árboles de un galeón les costaron á los Indios, según afirman los religiosos de San Francisco y oí decir al Alcalde mayor de la provincia donde se cortaron, que es la Laguna de Bay, que para arrastrarlos 7 leguas, de montes muy doblados se ocuparon 6,000 Indios 3 meses, y les pagaban los pueblos cada mes 40 reales (vellón) á cada uno, sin darles de comer, que el miserable Indio la había de buscar. Dejo de decir los malos tratamientos, é inhumanos de los ministros, y los muchos que se morían en el monte…. Tampoco digo á V. M. los Indios que se ahorcaron, los que dejaron á sus mujeres y hijos, y se huyeron aburridos á los montes, los que se vendieron por esclavos, para pagar las derramas que les repartían, el escándalo del Evangelio, y los daños que causó esta fábrica tan irreparables y con cuanta inhumanidad se libraba en los miserables Indios, y se ejecutaba no sólo lo que era menester, sino á vueltas desto lo que la codicia desordenada de ministros le quitaban…» (pág. 25.) La carta de Felipe II al obispo don Domingo de Salazar, abunda en este sentido, sin que ni esto ni las gestiones de los frailes, que veían comprometido su ministerio por la repugnancia que empezaban á