del marido, que entonces no se la volvían, y quedaban con ella los padres de la mujer.
Los bienes que habían ganado juntos, se partían á medias, cada uno disponía de los suyos, y si tenía algunas granjerías, de que no supiese ni participase su consorte, las adquiría para sí á solas.
Prohijábanse los unos á los otros en presencia de los parientes; y el proahijado daba y entregaba lo que tenía de presente al que le prohijaba; y con eso, quedaba en su casa y poder, y con derecho de heredarle, entre los otros hijos[1].
Los adulterios no eran punibles corporalmente, pagando el adúltero al agraviado lo que se juzgaba por los ancianos, y lo que ellos se convenían; se remitía la injuria, y quedaba el marido desagraviado y con su honra, y hacía vida con su mujer; sin que se hablase mas en aquello[2].
En las herencias, todos los hijos legítimos heredaban por igual á sus padres los bienes por ellos adquiridos, y si había algunos muebles ó raices que hubiesen habido de sus padres, no teniendo hijos legítimos de Inasaba, venían á los parientes mas propinquos, transversales, de aquel tronco; esto, así por testamento, como sin él; en el otorgamiento del cual, no había mas solemnidad que dejarlo escrito ó dicho á boca, delante de personas conocidas[3].
- ↑ Esta santa costumbre existe todavía, gracias á la Providencia, aunque poco a poco se va perdiendo.
- ↑ Esta costumbre, que han perdido los Filipinos en su contacto con otros pueblos, la van adoptando ahora muchas naciones sensatas de Europa, entre ellas la inglesa. Parece más racional y mas justa que la de desafiar al adúltero, exponiéndose muchas veces el marido á ser cocu et battu. Otras consideraciones aparte.
- ↑ Y no había necesidad de más. La memoria de los padres tan sagrada y venerada, la creencia de que los espíritus de los antepasados venían á habitar entre sus descendientes, castigándolos ó amparán-
según Colin, se devolvía entero á los consortes, si el yerno fué obediente á sus suegros, y sino, se lo repartían entre todos los herederos. «Demás de la dote usaban los principales dar algunas dádivas á los padres y parientes, y aun á los esclavos, más o menos conforme á la calidad del desposado.» (Colin, lib. I, c. XVI).