de suertes para todos sucesos, por varias maneras; y en todo, con tan poca asistencia, aparato y fundamento, cual permitió Dios, para que los hallase en mejor disposicion por esta parte la predicacion del santo Evangelio, para que conociesen la verdad mas facilmente, y hubiese menos que hacer en sacarlos de sus tinieblas, y errores en que el demonio los tuvo muchos años. Jamas le sacrificaron hombres, como en otros reynos se hace. Creían que había otra vida, con premio para los que habían sido valientes, y hecho hazañas, y con penas, para los que mal habían hecho, pero no sabían cómo ni donde esto fuese[1].
Enterraban sus muertos en sus propias casas, teniendo en cajas sus cuerpos y huesos, mucho tiempo, y venerando sus calaveras, como si fueran vivos y los tuvieran presentes[2]. No habia en sus actos funerales,
- ↑ En lo que hacían bien, confesando sinceramente su ignorancia en la materia. Otros historiadores, sin embargo, dicen que llamaban al Infierno Solad (G. de S. Agustín), á la Gloria, Kalualhatian (nombre que subiste hasta ahora) y en lenguaje poético Ulugan. En Panay, sin embargo, tenían su Olimpo y sus Elíseos en el monte Madias, á donde iban las almas de los bienaventurados Bisayas.
- ↑ Encontramos mucho más natural y piadoso venerar los restos de los padres, á quienes lo deben casi todo y llaman «segundos Dioses en la tierra», que no venerar y reverenciar la memoria, huesos, pelos, etc., de ciertos santos, muchos de los cuales fueron extraños maniáticos y de santidad tan dudosa que se les puede aplicar lo que decía S. Agustín: que son adorados donde no están, y donde están, quemados. Idolatría por idolatría, preferimos la de nuestros padres á quienes debemos el ser y la educación, á la de algún sucio fraile, maniático ermitaño, ó fanático mártir, á quienes no conocimos ni tratamos y que probablemente no se acordarán jamás de nosotros.
aderezados de joyas y preseas; pero no por eso eran honrados ni estimados, porque les tenían por gente aragana que vivía de sudor ajeno». Esto demuestra que en todas partes y en todas las religiones el oficio de sacerdote ha sido siempre productivo. Hablando de los enfermos y Anitos, y para demostrar su falsedad, el P. Chirino cuenta el caso de Francisco Armandao, que, estando enfermo, ofreció medio cuerpo al Anito para ver si sanaba, luego se le murió el medio cuerpo tal que no podía mover, y concluye el misionero que esto «era público testimonio de su infidelidad». Pero, ¿y si la mitad que vivió fué la ofrecida al Anito? Qué se diría ahora de los que mueren, a pesar de todas las misas á las diferentes vírgenes, á pesar de las figuras de cera, de plata y otros ofrecimientos más llamativos y tentadores?