y negocios, con los reynos de su contorno, que son muy ordinarios y forzosos; de suerte, que siendo el caudal, que su Magestad tiene en estas islas tan limitado, y los gastos tan grandes, la caja real anda alcanzada, y se pasa estrecheza y necesidad[1].
Tampoco lo procedido de los derechos de diez por ciento, y fletes de los navíos, que se cobran en Acapulco de la Nueva España, de las mercaderías, que á ella navegan de las Filipinas, aunque son contiosos, no son todas veces bastantes para el gasto que se hace en la Nueva España con los navíos, gente de guerra, municiones, y otras cosas, que cada año se envían á las Filipinas, que suelen montar mucho más, y lo suple la caja real de Méjico; de manera que hasta agora, el Rey nuestro señor no tiene aprovechamiento de hacienda alguna de las Filipinas[2], sino gasto no pequeño, de la que tiene en la Nueva España, y solo las sustenta por la cristiandad, y conversión de los Natura-
- ↑ Según Hernando de los Ríos, sin las expediciones, jornadas y conquistas aventureras á las Molucas, Camboja, etc., las Islas Filipinas se hubieran podido mantener desde un principio de lo que ellas mismas producían; pero, naturalmente tenía que pasar con estrechez y necesidad, como dice nuestro autor, pues colonia naciente debía sostener el nombre y la gloria de la Metrópoli en eternas guerras y conquistas de éxito dudoso. En tiempo de D. Juan de Silva, por la guerra de Molucas, llegó á deber la caja más de 2.000,000, á los Indios, sin contar lo que debía á los habitantes de Manila.
- ↑ Menos aprovechamiento tenían las Filipinas de su Rey y eso que uno y otras estaban animados de los mejores deseos. Aquél, para aumentar el prestigio de su nombre, la extensión de sus dominios, sostener el rico Imperio de las Indias, y cumplir con un deber de conciencia que se había impuesto á sí mismo, gastaba anualmente en la manutención de sus mismos súbditos que estaban en las Filipinas unos 250,000 pesos. Éstas en cambio le habían dado su independencia, su libertad; le daban su oro, su sangre, sus hijos, sosteniendo sus guerras, el honor de su bandera, enriqueciendo, sino á él, á sus súbditos, rindiéndole ya desde los primeros años más de 500,000 pesos anuales en tributos, hasta ascenderlos á millones, y todo para no tener siquiera derecho al nombre español, para perder al cabo de tres siglos de fidelidad y sacrificios los raros diputados y enviados que las defendían, para no tener voz en los consejos de las nación, para trocar su religión nacional, su historia, sus usos y costumbres por otras supersticiones, por otra historia por otros usos prestados y mal comprendidos.