volver á la Nueva España de do había salido, y se deshizo, y algunos de los Castellanos que quedaron, salieron del Maluco por la India de Portugal, y fueron á Castilla: donde dieron relación de lo sucedido en su viaje, calidad y sustancia de las islas del Maluco, y de las otras que habían visto.
Pareciendo despues al Rey don Felipe II nuestro señor, le convenía no alzar mano de la misma empresa, y siendo informado por don Luis de Velasco, Virrey de la Nueva España, y por Fr. Andrés de Urdaneta de la orden de San Agustín (que siendo seglar, había estado en el Maluco con la Armada del comendador Loaisa) que desde la Nueva España se haría mejor y mas breve aqueste viaje, lo cometió al Virrey. Salió de la Corte
lanzas ya arrojadas, nos las tiraban hasta cinco y seis veces. Sus tiros se dirigían especialmente al Capitán á quien conocían; pero él con algunos pocos de los nuestros permanecía en su puesto como buen caballero, sin quererse retirar más que los demás. Así combatimos por más de una hora, hasta que un indio consiguió arrojarle una lanza de caña en la cara; él entonces, irritado, le arrojó su misma asta en el pecho y allí la dejó; pero al querer desenvainar la espada, no consiguió desnudarla más que á medias, á causa de una herida de caña recibida en el brazo derecho. Viendo esto los enemigos, se le volvieron todos encima, y uno de ellos con un gran terzado (kampilan) que equivale á una gran cimitarra, le dió en la pierna izquierda un gran tajo que le hizo caer de bruces. Entonces los indios con lanzas de caña con punta de hierro, con cimitarras y con otras armas que tenían, se le arrojaron encima y le hirieron hasta que privaron de la vida al espejo, á la luz, al consuelo y á nuestra verdadera guía. Mientras los indios le apretaban de tal suerte, más de una vez se volvió hacia atrás para mirarnos si todos estábamos en salvo; ya que su obstinada resistencia no tenía otro objeto que cubrir la retirada de los suyos. Los que hasta el fin peleamos al lado suyo, y estábamos cubiertos de heridas, viéndole muerto, nos dirigimos también hacia las embarcaciones que ya estaban para partir. Esta funesta batalla se dió el 27 de Abril (28) de 1521 día de sábado (domingo), día escogido por el mismo Capitán por tenerle una devoción particular. Murieron con él ocho de los nuestros y cuatro indios de aquellos que se bautizaron: tuvimos también muchos heridos, entre los cuales me debo contar. Los enemigos no perdieron más que 15 hombres…
» El Rey cristiano hubiera podido á la verdad prestarnos socorro y lo habría hecho, pero nuestro Capitán, lejos de prever lo que sucedió, al bajar en tierra con su gente, le había encargado no salir del balangai, queriendo que desde allí presenciase como combatíamos. Cuando supo la muerte del Capitán, lo lloró amargamente.» (Pigafetta, Primo Viaggio intorno al Mondo, lib. II.)