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ro POLÍTICA DOMÉSTICA

Luisa una dicha suprema, porque le parece que no hacer nada es la cosa más agradable del mundo. ¿Qué le importan los pájaros, las flores, los libros el piano y la instrucción con sus austeros placeres? Lo cierto es que ella duerme bien, no trabaja y se cree dichosa.

Las nueve menos cuarto serían ya, cuando la ma- dre de Luisa, medio descontenta y algo inquieta, en- tró en el dormitorio de ésta diciendo: —Vamos, hijita, vamos, que es tarde, levántate.

Después de haber repetido la buena señora esas mismas frases dos ó tres veces, la niña tuvo por con- veniente abrir un ojo, luego el otro, sacar lentamen- te un brazo, dejarlo caer con abandono y exhalar un fuerte suspiro, al propio tiempo que su mamá decía:

—Pero ya:son las nueve. ¿Es posible que duer- mas tanto? Yo creo que estás enferma,

— Mamá, Ramona no me ha llamado.

Culpada la sirvienta, aseguró que sentía mucho te- ner que desmentir á la señorita, pero la había lla- mado cinco ó seis veces, sin conseguir que contesta- ra. Entonces Luisa, que vió comenzar el dia con una disputa, se levantó con enojo y se sintió fatiga- da antes de hacer cosa alguna. Gracias á su enten- dida criada, vistiose rápidamente, porque era todavía poca cosa para sí misma; pues aunque había cumpli-