POLÍTICA DOMÉSTICA 123
usted á humillarse ante una modista que va á la boda de un tendero.
—Se engaña usted —contesté —porque esa señora se ha bajado de aquel magnífico carruaje que lleva monograma.
—No por eso valdrá más, probablemente, y yo me estimo en más que ella, aunque no tengo coche.
Seguimos caminando y pasamos por la acera de la casa de un comerciante afamado por su probidad y gran fortuna.
—Vea usted —díjome Angustias, señalando hacia la casa—vea usted una prueba de que la fortuna es ciega. Yo quisiera saber si este estúpido, que no sabe sino sumar y restar, ha usado enteramente el par de alpargatas y la gorra de lana con que llegó á Buenos Aires. ¡Ay amiga mía—añadió suspiran- do —qué feliz sería yo, si tuviera veinte mil pataco- nes de rental
Un poco más allá, estuvimos expuestas á ser atro- pelladas por un lindo cupé tirado por dos soberbios caballos, en cuyas guarniciones brillaba con profu- sión la plata. Angustias se inmutó y, poniéndo- seme delante; dijo con amarga ironía:
—¡Vaya! ¡Alabe usted ahora la civilización! Há- bleme usted de la justicia con que esa mujer pue- de impunemente atropellar en la calle á dos perso- nas honradas.