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POLlTlCA DOMÉSTICA 21

Si la mujer comprende bien su angelical misión, debe reconocer que su trono es la familia, y su ma- yor grandeza la maternidad; en estas circunstancias, no hay para ella sustitución razonable ni más supe- rioridad que la de Dios. . . . Admirable emanación de la bondad celestial, su amor es inmenso, como sus obligaciones son numerosísimas.

Mas para ejercitar tan eminentes cualidades, para constituir tan importante elemento de la familia, es indispensable que la mujer esté colocada en las condiciones esenciales del desarrollo de sus precio- sos atributos.

Consideremos, si no, á la desdichada víctima de la brutalidad más despótica en el incesante hastío de un harén: no es una verdadera esposa, no es una madre respetada; es una misera esclava al servicio de la poligamia, sin hijos á quienes amar, sin fami- lia á que consagrarse para hacerla feliz.

Consideremos también lo que la mujer fué entre los antiguos romanos vencedores del mundo: sin duda que no era esclava de un sultán; pero si súb- dita de un marido tirano. Sin embargo á conse- ceencia de este primer beneficio de la monogamia se despertaron los nobles instintos de la mujer: la