que tienen más gracia andando que un obispo confirmando, y por las que dijo un poeta: Parece en Lima más clara la luz, que cuando hizo Diosel sol que al mundo alumbrara, puso amoroso en la cara de cada limeña, dos.» En las noches de luna era cuando había que ver á Mariquita paseando, Puente arriba y Puente abajo, con albísimo traje de zaraza, pañuelo de tul blanco, zapatito de cuatro puntos y medio, dengue de resucitar difuntos y la cabeza cubierta de jazmines. Los rayos de la luna prestaban á la belleza de la joven un no sé qué de fantástico; y los hombres,que nos pirramos siempre por esas fantasías de carne y hueso, la echaban una andanada de requiebros, á los que ella por no quedarse con nada ajeno, contestaba con aquel oportuno donaire que hizo proverbiales la gracia y la agudeza de la limeňa.
Mariquita era de las que dicen: «Yo no soy la salve para suspirar y gemir. ¡Vida alegre, y hacer sumas hasta que se rompa el lápiz ó se gaste ·la pizarrra!» En la época colonial casi no se podía transitar por el Puente en las noches de luna. Era ese el punto de cita para todos. Ambas aceras estaban ocupadas por los jóvenes elegantes, que á la vez que con el airecito del río, hallaban refrigerio al calor canicular, deleitaban los ojos clavándolos en las limeñas que salían á aspirar la fresca brisa, embalsamando la atmósfera con el suave perfume de los jazmines que poblaban sus cabelleras.
La moda no era lucir constantemente aderezos de rica pedrería, sino flores; y tal moda no podía ser más barata para padres y maridos, que con medio real de plata salían de compromisos y aun sacaban alma del purgatorio.
Todas las tardes de verano cruzaban por las calles de Lima varios muchachos, y al pregón de jel jazminero! salían las jóvenes á la ventana de reja, y compraban un par de hojas de plátano sobre las que había una porción de jazmines, diamelas, aromas, suches, azahares, flores de chirimoya y otras no menos perfumadas. La limeña de entonces buscaba sus adornos en la naturaleza y no en el arte.
La antigua limeña no usaba elixires odontálgicos ni polvos para los dientes; y sin embargo, era notable la regularidad y limpieza de éstos.
Ignorábase aún que en la caverna de una muela se puede esconder una