California de oro, y que con el marfil se fabricarían mandíbulas que nada tendrían que envidiar á las que Dios nos regalara, ¿Saben ustedes á quién debía la limeña la blancura de sus dientes? Al raicero. Como el jazminero, era éste otro industrioso ambulante que vendía ciertas raíces blandas y jugosas, que las jóvenes se entretenían en morder restregándolas sobre los dientes.
Parece broma; pero la industria decae. Ya no hay jazmineros ni raiceceros, y es lástima; que á haberlos les caería encima una contribución municipal que los partiera por el eje, en estos tiempos en que hasta los perros pagan su cuota por ejercer el derecho de ladrar. Y, con venia do ustedes, también se han eclipsado el pajuelero ó vendedor de mechas azufradas, el puchero ó vendedor de puntas de cigarros, el anticuchero y otros industriosos.
Digresiones á un lado, y volvamos á Mariquita.
La limeña de marras no conoció peluquero ni castañas, sino uno que otro ricito volado en los días de repicar gordo, ni fierros calientes ni papillotas, ni usó jamás aceitillo, bálsamos, glicerina ni pomadas para el pelo. El agua de Dios y san se acabó, y las cabelleras eran de lo bueno lo mejor.
Pero hoy dicen las niñas que el agua pudre la raíz del pelo, y no estoy de humor para armar gresca con ellas sosteniendo la contraria.
También los borrachos dicen que prefieren el licor, porque el agua cría ranas y sabandijas.
Mariquita tenía su diablo en su mata de cabellos. Su orgullo era lucir dos lujosas trenzas que, como dijo Zorrilla pintando la hermosura de Eva, «la medían en pie la talla entera. » Una de esas noches de luna iba Mariquita por el Puente lanzandoina mirada á éste, esgrimiendo una sonrisa á aquél, endilgando una pulla al de más allá, cuando de improviso un hombre la tomó por la cintura, sacó una afilada navaja y zis! ¡zas! en menos de un periquete la rebanó una trenza.
Gritos y confusión. Á Mariquita le acometió la pataleta, la gente echó á correr, hubo cierre de puertas y á palacio llegó la noticia de que unos corsarios se habían venido á la chita callando por la boca del río y toma..do la ciudad por sorpresa.
En conclusión, la chica quedó mocha, y para no dar campo á que la llamasen Mariquita la pelona, se llamó á buen vivir, entró en un beatorio y no se volvió á hablar de ella.