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Página:Tradiciones peruanas - Tomo II (1894).pdf/102

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Tradiciones peruanas

II

DE CÓMO LA TRENZA DE SUS CABELLOS FUÉ CAUSA DE QUE EL PERÚ TUVIERA,

UNA

GLORIA ARTÍSTICA

El sujeto que por berrinche había trasquilado á Mariquita era un joven de veintiséis años, hijo de un español y de una india. Llamábase Baltasar Gavilán. Su padre le había dejado algunos cuartejos; pero el muchacho, encalabrinado con la susodicha hembra, se dió á gastar hasta que vió el fondo de la bolsa, que ciertamente no podía ser perdurable como las cinco monedas de Juan Espera—en—Dios, alias el Judío Errante.

Era padrino de Baltasar el guardián de San Francisco, fraile de muchas campanillas y circunstancias, quien, aunque profesaba al ahijado gran cariño, echó un sermón de tres horas al informarse del motivo que traía en cuitas al mancebo. El alcalde del crimen reclamó en los primeros días la persona del delincuente; pero fuese que Mariquita meditara que, aunque ahorcaran á su enemigo, no por eso había de recobrar la perdida trenza, ó lo más probable, que el influjo de su reverencia alcanzase á torcer las narices á la justicia, lo cierto es que la autoridad no hizo hincapié en el artículo de extradición.

Baltasar, para distraerse en su forzada vida monástica, empezó por labrar un trozo de madera y hacer de él los bustos de la Virgeu, el niño Jesús, los tres Reyes Magos y, en fin, todos los accesorios del misterio de Belén. Aunque las figuras oran de pequeñas dimensiones, el conjunto quedó lucidísimo y los visitantes del guardián propalaban que aquello era una maravilla artística. Alentado con los elogios, Gavilán se consagró á hacer imágenes do tamaño natural, no sólo en madera, sino en piedra de Huamanga, algunas de las cuales existen en diversas iglesias de Lima.

La obra más aplaudida de nuestro artista fué una Dolorosa, que no sabemos si se conserva aún en San Francisco. El virrey marqués de Villagarcía, noticioso del mérito del escultor, quiso personalmente convencerse, y una mañana se presentó en la celda convertida en taller. Su excelencia, declarando que los palaciegos se habían quedado cortos en el elogio, departió familiarmente con el artista; y éste, animado por la amabilidad del virrey, le dijo que ya le aburría la clausura, que harto purgada estaba su falta en tres años de vida conventual y que anhelaba ancho campo y libertad. El marqués se rascó la punta de la oreja, y le contestó que la sociedad necesitaba un desagravio, y que pues en el Puente había