El andaluz le contestó con mucha sorna: —Diga, compadre, ¿me lo manda ó me lo ruega?
—Te lo mando, pícaro hereje, con el derecho que la Iglesia da á todo fiel cristiano.
—Pues sopa usted, tío Choncholí, que no me da la gana de obedecer.
La disputa con el familiar de la Santa subió de punto y empezó á agruparse gente.
Que se quite la gorra!
Que se persigne!
Muera el heroje!
Y de los gritos pasaron á vías de hecho, lanzando piedras sobre los frascos y amenazando hacer una barrumbada con botica y boticario.
Acudió la guardia de palacio al sitio del bochinche, y tras ella, ¡Dios nos libre y nos defienda!, la calesita verdo de la Inquisición.
El desventurado Mavila fué á parar con su humanidad en ana maz morra del Santo Oficio.
Corrieron seis meses, y después de haber apurado más torturas que las que en el purgatorio amagan al pecador, lo pusieron un día en la calle, no sin que hubiera hecho primero abjuración de levi ante sus señorías los inquisidores contra la herética pravedad y comprometidose á confesar y comulgar en todas las solemnes festividades de la Iglesia.
En sus meses de encierro había el infeliz envejecido como si sobre él hubiera pasado medio siglo. Su cabello, antes negro como el ala del cuervo, se tornó blanco como el algodón, y hondas arrugas surcaban su rostro, poco ha fresco y juvenil. Item, se encontró arruinado, porque nadie compraba ni un emplasto en la botica del hereje.
Lo único que consoló á Mavila al librarse de las garras de un tribunal que difícilmente soltaba su presa, fué la noticia de que el vejete le habia birlado la novia.
POR UNA MISA
En uno de los códices del Archivo Nacional aparece constancia de que, cuando la expulsión de la Compañía de Jesús, existía pendiente entre ésta y los padres paulinos un grave y curioso litigio.
De la lectura de ese cólice he sacado una moraleja inmoralísima, y es que por muy convencido que uno esté de que no le asiste justicia, debe