quista del país de los chumpihuillcas, que eran gobernados por un joven y arrogante príncipe llamado Huacari. Este, á la primera noticia de la invasión, se puso al frente de siete mil hombres y dirigióse á la margen del Apurimac, resuelto á impedir el paso del enemigo.
Mayta—Capac para quien, como hemos dicho, nada había imposible, hizo construir con toda presteza un gran puente de mimbres, del sistema de puentes colgantes, y pasó con treinta mil guerreros á la orilla opuesta.
La invención del puente, el primero de su especie que se vió en América, dejó admirados á los vasallos de Huacari é infundió en sus ánimos tan supersticioso terror, que muchos, arrojando las armas, emprendieron una fuga vergonzosa.
Huacari reunió su consejo de capitanes, convencióse de la esterilidad de oponer resistencia á tan crecido número de enemigos, y después de dispersar las reducidas tropas que le quedaban, marchó, seguido de sus parientes y jefes principales, á encerrarse en su palacio. Allí, entregados al duelo y la desesperación, prefirieron morir de hambre antes que rendir vasallaje al conquistador.
Compadecidos los auquis ó dioses tutelares de la inmensa desventura de príncipe tan joven como virtuoso, y para premiar su patriotismo y la lealtad de sus capitanes, los convirtieron en preciosas estalacticas y estalagmitas que se reproducen, día por día, bajo variadas, fantásticas y siempre bellísimas cristalizaciones. En uno de los pasadizos ó galerías que hoy se visitan, sin temor á las mortíferas exhalaciones, vese el pabellón del príncipe Huacari y la figura de éste en actitud que los naturales interpretan de decir á sus amigos: Antes la muerte que el oprobio de la servidumbre. » Tal es la leyenda de la gruta maravillosa.
