que en el trajo habrían podido economizarse dos ó tres duros, volvió Godoy donde el arzobispo y le dijo: —Vengo á pedir á su ilustrísima una gracia.
—Hable, padre, y será servido á pedir de boca.
—Pues bien, ilustrísimo señor. Ruégole que no vuelva á tomarse el trabajo de vestirme.
LA ENDEMONIADA
Que Ursulita tenía el diablo en el cuerpo, era poco menos que punto de fe para su ilustrísima D. fray Jerónimo de Loayza, primer arzobispo de Lima.
La tal muchacha vestía hábito de beata tercera, y unas veces alardeaba exaltado misticismo, y otras se volvía más desvergonzada que un carretero.
Un cirujano romancista dijo que la enfermedad de la damisela se curaba con marido; pero el confesor, que de fijo debía saber más que el galeno, sostuvo que los malos habían constituído su cuartel general en el cuerpo de aquélla, y por ende corría prisa enviarlos con la música á otra parte.
Para lograr este fin, sacaron una mañana á Ursulita de su casa, y seguida de una turba de muchachos y curiosos la condujeron sacristanes y monacillos á la catedral. Un canónigo, hombre entendido en esto de ponerle al demonio la ceniza en la frente, ensartó muchos latines y gastó una alcuza de aceite y media pipa de agua bendita, haciendo un exorcismo en toda regla. ¡Pero ni por esas! Ya se ve, la chica era casa habitada por una legión de espíritus malignos, más rehacios para cambiar de domicilio que un ministro para renunciar la cartera. Cierto amigo mío diría que Ursula era un manojito de nervios.
Mientras más conjuraba el canónigo, más contorsiones hacía la mocita, echando por esa boca sapos y sabancijas.
Cansose, al fin. el exorcista y se declaró vencido. Entonces su ilustrísima se decidió á luchar á brazo partido con el rey de los infiernos, y mandó que llevasen á Ursulita á la capilla del hospital de Santa Ana, recientemente fundado. Su ilustrísima quiso ver si Carrampempe era sujeto de haberselas con él.
El Sr. Loayza perdió su tiempo y, desalentado, arrojó el hisopo.