po de escuchar informes tales y encaminóse á la capilla del pueblo, donde sólo encontró dos niños y una niña que, llevados por sus padres, recibieron la confirmación.
La niña se llamaba Isabel Flores.
Con ánimo abatido salió Santo Toribio de la capilla, convencido de que la idolatría había echado raíces muy hondas en Quive, cuando entre más de tres mil almas, sólo había encontrado tres familias de sentimientos cristianos.
Los muchachos, aleccionados sin duda por sus padres, esperaban al santo arzobispo en la calle, y lo siguieron hasta la casa donde se había hospedado, gritándole en quechua y en son de burla: —Narigudo! ¡Narigudo! ¡Narigudo!
Dice la tradición que su ilustrísima no levantó la mano para bendecir á la chusma, sino que, llenándosele los ojos de lágrimas, murmuró: —¡Desgraciados! ¡No pasaréis de tres!....
Temblores, derrumbes en las minas, pérdida de cosechas, copiosas lluvias, incendios, caída de rayos, enfermedades y todo linaje de desventuras contribuyeron á que, antes de tres años, quedase el pueblo deshabitado, trasladándose á los caseríos y aldeas inmediatas los vecinos que tras tantas calamidades quedaron con resuello.
Desde entonces nunca han excedido de tres las familias que han habitado Quive; agregando el cronista de quien tomamos los principales datos de esta tradición: «Es tanta la fe que tienen los indígenas en la profecía de Santo Toribio, que por ningún interés se establecería en el pueblo una cuarta familia, pues dicen estar seguros de que raorirían en breve de mala muerte.» En el censo oficial de 1876 ya no figura el nombre de Quive ni como humilde aldehuela.
¡La profecía de Santo Toribio está cumplida!
En cuanto á la casa en que vivió Santa Rosa de Lima, y que de vez en cuando es visitada por algún viajero curioso, la religiosidad de los canteños poco ó nada cuida de su conservación.