la mano al corazón, como para decir á la joven que el dardo había llegado á su destino.
«A la mar, por ser honda, se van los ríos, y detrás de tus ojos se van los míos.» Era su excelencia muy gran galanteador, y mucho se hablaba en Lima de sus buenas fortunas amorosas. A una arrogantísima figura y á un aire marcial y desenvuelto, unía el vigor del hombre en la plenitud de la vida, pues el de Esquilache apenas frisaba en los treinta y cinco años, Con una imaginación ardiente, donairoso en la expresión, valiente hasta la temeridad y generoso hasta rayar en el derroche, era D. Francisco de Borja y Aragón el tipo más cabal de aquellos caballerosos hidalgos que se hacían matar por su rey y por su dama.
Hay cariños históricos, y en cuanto á mí confieso que me lo inspira y muy entusiasta el virrey—poeta, doblemente noble por sus heredados pergaminos de familia y por los que él borroncara con su elegante pluma de prosador y de hijo mimado de las musas. Cierto es que acordó en su gobierno demasiada influencia á los jesuítas; pero hay que tener en cuenta que el descendiente de un general de la Compañía, canonizado por Roma, mal podia estar exento de preocupaciones de raza. Si en ello pecaba, la culpa era de su siglo, y no se puede exigir de los hombres que sean superiores á la época en que les cupo en suerte vivir.
En las demás iglesias el virrey encontró siempre al paso á la dama y se repitió cautelosamente el mismo cambio de sonrisas y miradas.
Por Dios, si no me quieres que no me mires; ya que no me rescates, no me cautives.» En la última estación, cuando un paje iba á colocar sobre el escabel un cojinillo de terciopelo carmesí con flecadura de oro, el de Esquilache, inclinándose hacia él, le dijo rápidamente: —Jeromillo, tras de aquella pilastra hay caza mayor. Sigue la pista.
Parece que Jeromillo era diestro en cacerías tales, y que en él se juntaban olfato de perdiguero y ligereza de halcón; pues cuando su excelencia, de regreso á palacio, despidió la comitiva, ya lo esperaba el paje on su camarín.
—Y bien, Mercurio, ¿quién es ella?—le dijo el virrey que, como todos los poetas de su siglo, era harto aficionado á la mitología.