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Página:Tradiciones peruanas - Tomo II (1894).pdf/44

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Tradiciones peruanas

—Este papel, que trasciende á zahumerio, se lo dirá á vuecencia― contestó el paje, sacando del bolsillo una carta.

—¡Por Santiago de Compostela! ¿Billetico tenemos? ¡Ah, galopín! Vales más de lo que pesas y tengo de inmortalizarte en unas octavas reales que dejen atrás á mi poema de Napóles.

Y acercándose á una lamparilla, leyó: «Siendo el galán cortesano y de un santo descendiente, que haya ayunado es corriente como cumple á un buen cristiano.

Pues besar quiere mi mano, según su fina expresión, le acuerdo tal pretensión, si es que á más no se propasa, y honrada estará mi casa si viene á hacer colación.» La misteriosa dama sabía bien que iba á habérselas con un poeta, y para más impresionarlo recurrió al lenguaje de Apolo.

—¡Hola, hola! murmuró D. Francisco —Marisabidilla es la niña; como quien dice, Minerva encarnada en Venus. Jeromillo, estamos de aventura. Mi capa, y dame las señas del Olimpo de esa diosa.

Media hora después el virrey, recatándose en el embozo, se dirigía á casa de la dama

III

Doña Leonor de Vasconcelos, bellísima española y vinda de Alonso Yáñez, el decapitado por el corregidor de Potosí, había venido á Lima resuelta á vengar á su marido, y ella era la que tan mañosamente y poniendo en juego la artillería de Cupido atraía á su casa al virrey del Perú.

Para doña Leonor era el príncipe de Esquilache el verdadero matador de su esposo.

Habitaba la viuda de Alonso Yáñez una casa con fondo al río en la calle de Polvos Azules, circunstancia que, unida á frecuente ruido de pasos varoniles en el patio é interior de la casa, despertó cierta alarma en el espíritu del aventurero galán.

Llevaba ya D. Francisco media hora de ceremoniosa plática con la dama, cuando ésta le reveló su nombre y condición, procurando traer la conferencia al campo de las explicaciones sobre los sucesos del Potosí; pero el astuto príncipe esquivaba el tema, lanzándose por los vericuetos de la palabrería amorosa.