como yo pudiera se había de salvar mi paisano! Sobre que no merece morir en la plaza, como un perro de casta cruzada, sino cristianamente en un convento de frailes.
—Y en convento morirá—murmuró una voz.
Todos se volvieron sorprendidos, y vieron que el que así había hablado era nada menos que el guardián de San Francisco, que, abriéndose paso entre la multitud, se dirigía á la horca, á cuyo pie se encontraba ya el reo.
Era éste un hombre de treinta años, en la plenitud del vigor físico. Su aspecto, á la vez que valor, revelaba resignación.
El crimen que lo llevaba al suplicio era haber dado muerte á su manceba en castigo de una de esas picardihuelas que, desde que el mundo es mundo, comete el sexo débil; por supuesto, arrastrado por su misma debilidad.
Llegado el guardián al sitio donde se elevaba el fatal palo y cuando el verdugo terminaba de arreglar los bártulos del oficio, sacó un pliego de la manga y lo entregó al capitán de la escolta. Luego, tomando del brazo al condenado, atravesó con él por entre la muchedumbre, que los siguió palmoteando hasta la portería del convento de San Francisco.
Alonso Godínez había sido indultado por su excelencia D. Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquilache.
Echemos un parrafillo histórico.
II
La iglesia y convento de San Francisco de Lima son obras verdaderamente monumentales. «En el mismo año de la fundación de Lima—dice un cronista llegaron los franciscanos, y Pizarro les concedió un terreno bastante reducido, en el cual principiaron á edificar. Pidieron luego aumento de terreno, y el virrey marqués de Cañete les acordó todo el que pudieran cercar en una noche. Bajo la fe de esta promesa colocaron estacas, tendieron cuerdas, y al amanecer eran los franciscanos dueños de una extensión de cuatrocientas varas castellanas de frente, obstruyendo una calle pública. El cabildo reclamó por el abuso; pero el virrey hizo tasar todo el terreno y pagó el importe de su propio peculio.» Mientras se terminaba la fábrica del templo, cuya consagración solemne se hizo en 1673, la comunidad franciscana levantó una capilla provisional en el sitio que hoy ocupa la de Nuestra Señora del Milagro. Esos frailes no usaban manteles ni colchón, y sus casullas para celebrar misa, eran de paño ó de tafetán.
No cuadra al carácter ligero de las
TRADICIONES
entrar en detalles sobre todas las bellezas artísticas de esta fundación. La fachada y torres, el ar-